Impactos de una guerra al otro lado del mar | Revista Espejo

2022-03-02 09:37:11 By : Ms. Helen Lau

Quizá el lado emocional es el más sencillo de comprender, aunque no el más sencillo de tratar: como humanidad pasamos un par de años complejos y ahora enfrentamos esta crisis cuando aún no terminamos de superar la anterior.

La pandemia desestabilizó cada aspecto de la vida que dábamos por hecho, teniendo como consecuencia un impacto inconmensurable en nuestra salud mental. Trastornos como la ansiedad y la depresión, que iban en inexorable escalada desde hace un par de años, se dispararon a niveles jamás antes vistos al grado que profesionales de la salud mental advirtieron que enfrentaríamos pronto una nueva, pero invisible pandemia: la amenaza a la salud mental. De igual forma, se acuñó un término específico para trastornos del sueño asociados con el COVID-19: el coronasomnio. Si bien el avance de la vacunación y la esporádica vuelta a la normalidad ayudaron a estabilizarnos, justo cuando veíamos la luz al final del túnel, nos encontramos en el umbral un nuevo problema en el mundo que levanta las alarmas a lo ancho del globo: la perspectiva de una guerra que podría empeorar en cualquier momento.

Quedan muy pocas personas que recuerden el horror de una guerra masiva; las nuevas generaciones no conocemos el conflicto bélico entre naciones más allá de los libros de historia o relatos lejanos de países desconocidos. Conocemos problemas sociales diversos, pero no el conflicto a gran escala y todas sus repercusiones en el día a día. Además, las redes sociales y la hiperconexión vuelven cualquier conflicto algo cercano al traspasar las barreras del tiempo y del espacio. Lo que es una realidad es que, en un contexto de por sí precario, las noticias de la guerra impactan negativamente la salud mental de la población que consume noticias regularmente o, al menos, cuenta con conexión a internet, que, de acuerdo con el Banco Mundial, es el 56.7% de la población global.

Ahora, estamos en México, un país que afortunadamente no ha manifestado inquietud alguna por participar activamente en el conflicto armado, siguiendo con una larga tradición de no intervencionismo. Además, nuestros propios conflictos bélicos internos nos cobran una factura en homicidios. Situación que nos ha hecho insensibilizarnos al volver las muertes de seres humanos simples estadísticas; tan solo los primeros 10 días del 2022 se registraron más de 600 homicidios… y se celebró que no fue tan violento como el año anterior. Nos estamos reponiendo de la crisis económica propiciada en parte por la pandemia y ahora nos vemos afectados en diversos ámbitos, desde la salud mental hasta la economía, por un conflicto a 10.7 mil kilómetros de distancia.

El conflicto de Ucrania y Rusia, que se encuentra ahora en boca de millones, no es una situación nueva ni inesperada, aunque la esperanza era que la tensión no llegara al punto de conflicto bélico ni, mucho menos, el potencial involucramiento de diversas naciones europeas y, por supuesto, el antagonista histórico de Rusia: Estados Unidos.

No estamos viviendo en carne propia la guerra ni sus horrores, pero presenciamos en primera fila virtual los llamados del presidente ucraniano Volodímir Zelenski a la comunidad internacional para que intervengan, las amenazas de Vladimir Putin de recurrir a la fuerza nuclear si lo considera necesario, las imágenes de los ucranianos huyendo de sus casas con tan solo una mochila y sus mascotas de compañía en brazos y los mensajes que envían los soldados de ambos bandos desde TikTok y otras redes sociales que evocan la famosa frase de Erich Hartman: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”.

En el aspecto económico, se consideran tres sectores clave afectados por la guerra: el agrícola, el energético y el financiero, todo eso en un escenario que se recupera de inflaciones y desaceleración del crecimiento económico. Como resultado, se podría observar precios récord en algunas verduras y aceites más adelante en el 2022, pues el conflicto tiene su epicentro en lo que ha sido llamado el granero de Europa, importante exportador de maíz, trigo y aceite de girasol. Con el avance de las tensiones entre las naciones, pudimos también observar la volatilidad del mercado energético, el cual es dominado en exportaciones por Rusia: horas después del comienzo de la invasión, se alcanzó el precio del petróleo más alto en siete años y el precio de algunos contratos de gas aumentó en 60%. Adicionalmente, la inestabilidad en los mercados de divisas impacta en el tipo de cambio y los precios, preocupando por el futuro de la economía global.

México, de acuerdo con Banxico, sumó 3,090 millones de dólares el año pasado en el comercio de productos con Rusia y Ucrania con un aumento de 114% interanual. Con estas cifras, no es extraño que el director del Instituto para el Desarrollo y el Crecimiento Económico (IDIC) advierta que el conflicto bélico pone en riesgo al 20% de la economía mexicana, especialmente con el encarecimiento del petróleo que precederá a la inflación y el aumento en los costos de producción.

La contraparte de vivir en un mundo globalizado implica que un país no puede sencillamente aislarse del resto sin afectar su economía, de la misma manera en que no podemos ser inmunes a un conflicto por más lejano que parezca. Por ello, las sanciones contra Rusia por parte de la comunidad internacional pueden entenderse como un aislamiento forzado para expulsarlos de las dimensiones colaborativas hasta que cedan. Quizá el lado emocional es el más sencillo de comprender, aunque no el más sencillo de tratar: como humanidad pasamos un par de años complejos y ahora enfrentamos esta crisis cuando aún no terminamos de superar la anterior.

En el contexto actual, basta contar con un poco de empatía para que las imágenes, videos y textos sobre la guerra afloren sentimientos de frustración, tristeza y ansiedad conforme la incertidumbre recobra protagonismo y, una vez más, la catástrofe se cierne sobre nosotros sin que los individuos podamos frenarla. Por si no fuera suficiente, estamos viendo la paulatina subida de precios que desestabiliza nuestro golpeado bolsillo… todo eso mientras seguimos completando esquemas de vacunación y cuidándonos del contagio de COVID-19. Es nuestro derecho estar informados y buscar entender lo que sucede en el mundo que, en definitiva, nos impacta a todos. Mientras los líderes mundiales buscan un acuerdo que esperemos sea orientado hacia el bien común y el desarrollo de nuestra humanidad, podemos poner nuestro granito de arena para ayudar a nuestras comunidades y las personas que cruzan nuestro camino, entendiendo que son tiempos difíciles y la empatía y la solidaridad serán claves en los meses que vienen, independientemente del desarrollo del conflicto bélico.

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